Círculos Concéntricos
Por Orlando Alcántara Fernandez
Mención de Honor en el Concurso de Cuento y Poesía del Instituto Politécnico Loyola en el 1981.
Primer Lugar en el Concurso Literario de la Sociedad Cultural Alianza Cibaeña en el 1990
A Sandra Alcántara Fernández, mi hermana entrañable del alma.
Aunque dices no acordarte de Manolo, el pintor del barrio, te aseguro que te habrías enfurecido si lo hubieras visto correr desquiciado por las calles del barrio: descalzo, en pantalones cortos, sin camisa; irremediablemente dispuesto a todo, corriendo enloquecido como un energúmeno; y nosotros, quizás presintiendo lo inevitable: persiguiéndole, gritándole que se detuviera, que se dejara de vainas; mientras él corría sin hacernos caso, atravesando las calles sin asfalto: descalzo, con el pecho desnudo; dejando atrás las miserables casuchas, debajo del puente, a orillas del río; alejándose por las calles casi desiertas: dirigiéndose velozmente a la avenida; y nosotros, sin saber por qué: persiguiéndole, intentando alcanzarlo para frustrar sus planes: sus ansias incontenibles de correr, de volar si le fuera posible; y Manolo, corriendo enloquecido hacia la avenida: moviendo los brazos y las piernas armoniosamente, desplazándose impulsado por toda la energía reprimida: dirigiéndose angustiado a la avenida, abriéndose paso a través de la muchedumbre, atropellando a la multitud allí reunida: empujando bruscamente a quien se interponía en su camino, esquivando con destreza a los autos en la esquina, corriendo como un poseído: sin importarle nada, inevitablemente dispuesto a todo; y los autos, frenando de repente, chiiirrrrriiiaaando las gomas; y nosotros, que se detuviera, que se dejara de vainas: ¡Cuidado con los carros!; y Manolo, sin escucharnos, sin oír nuestros gritos, sin escuchar los aullidos que en vano intentaban detener su intempestiva carrera; y aun tú, Matilde, que dices no acordarte de Manolo, nuestro pintor del barrio, quien se desvelaba por las noches buscando una idea genial para plasmarla en sus cuadros: y aun tú, Matilde, habrías sentido coraje si lo hubieras visto correr trastornado por las calles: abriéndose paso a través de la muchedumbre, atropellando a la multitud: empujando bruscamente a quien se interponía en su camino, esquivando los autos que congestionaban la avenida: indiferente a nuestros gritos; atraído irremediablemente por la fuerza descomunal de los círculos concéntricos que se extendían y se contraían en la superficie del río, debajo del puente, más allá de la avenida del barrio.
(Me sentía orgullosa de Manolo cuando se levantaba temprano en la mañana para ir al trabajo y me decía "hasta luego, mi amor" y me besaba en la mejilla; marchándose apresurado a coger la guagua en la avenida, y yo me quedaba arreglando la casa, ordenando nuestras cosas: ilusionada con la criatura que latía en mi vientre; y Manolo, al regresar por la tarde, me besaba de nuevo, me acariciaba el vientre, me tomaba entre sus brazos; y todo marchaba de película a pesar de vivir en este barrio mugriento a orillas del río: y por la noche Manolo se la pasaba planeando, soñaba en voz alta hablándome de exposiciones que lo harían famoso, soñando despierto, delirando en voz alta, soñando en voz alta con nuestro futuro: hablándome de galardones que definitivamente lo consagrarían; y ambos, soñando despiertos: besándonos, acariciándonos, ilusionados: ilusionándonos con la criatura que muy pronto brotaría de mis entrañas; y el sueño nos invadía: dormíamos felices de la vida esperando el promisorio mañana que de emoción nos estremecía, que nos daba fe y esperanza para seguir viviendo, que nos sustentaba, que nos redimía; y todo marchaba de película hasta que a Manolo por iluso lo echaron del puesto: por soñar despierto con ser un artista famoso, un pintor de renombre; por no preocuparse a fondo por su trabajo: dizque decepcionado por la abulia colectiva hacia su arte; y perder el empleo precisamente cuando nuestro hijo en cualquier momento surgiría de mis entrañas; y a partir de entonces mi vida se fue a la porra, pues ya no vería a Manolo marcharse al trabajo después de besarme y acariciarme el vientre abultado; y ya no lo vería regresar por las tardes y acurrucarse como un niño entre mis brazos, susurrándome al oído lo mucho que me quería; y desde entonces pasaba el día entero pintando sus cuadros, desandando por el barrio, forjando ideas y temas para sus futuros lienzos; y nuestras vidas se fueron al Infierno de tanto soñar con ser un pintor respetado y famoso, dedicado en cuerpo y alma a su arte; pues me cansé de oírlo soñar en voz alta, de verlo bosquejar por noches enteras las telas de una exposición irrealizable que me desquiciaba la vida; y al principio trataba de comprenderlo y tener fe en nuestro futuro; pues mañana sería mejor, mañana sería mucho mejor; y Manolo, cariñoso y tierno, acariciándome el vientre abultado y juntos soñábamos con un futuro esperanzador, con nuestro hijo hecho todo un hombre, con Manolo convertido en un pintor respetado, conmigo transformada en una mujer consagrada: madre de un hijo educado y esposa de un pintor de gran fama; pero cuando nuestro hijo emergió gimiendo de mis entrañas, nuestras ilusiones se fueron a la porra, al mismo Infierno, pues cómo sobrevivir al hambre con tan sólo unos sueños: vagas esperanzas, puros sueños; y Manolo, soñando con porquerías, con exposiciones individuales y colectivas, con bienales e internacionales, con aclamaciones de la Crítica, con viajes a Europa, Estados Unidos y Asia, con espejismos que me desquiciaban: me sacaban de quicio, me dislocaban la vida; y me lancé a la calle para ganarme el sustento trabajando en la casa de familia pudiente, barriendo y trapeando la mansión de tres pisos, sacudiendo el polvo a las reliquias antiguas, fregando las vajillas de plata, cuidando a los niños malcriados de mami y de papi, limpiando de arriba abajo la mansión de tres plantas; y desvivirme la vida como todo una chopa mientras Manolo continuaba soñando despierto, buscando ideas brillantes para plasmarlas en sus cuadros, bosquejando sin tregua febrilmente alucinado; y amándome con locura, susurrándome al oído como un niño inocente que pronto lo lograríamos: acariciándome con ternura, que muy pronto lo conseguiríamos; y el éxtasis nos embargaba mientras el clímax se aproximaba; y Manolo, poseyéndome con todas las fuerzas, con toda su hombría; y juntos suspirábamos que pronto lo lograríamos, que muy pronto lo conseguiríamos; mientras el placer nos embriagaba y el clímax se aproximaba; y luego Manolo me desvelaba contándome que tenía todo preparado para realizar de una vez y por todas el lienzo que tanto lo obsesionaba; y tomando los pinceles, el caballete y los colores se largaba a bosquejar y dar pinceladas a orillas del río, debajo del puente; dándole forma, textura y color a sus benditas ideas, respirando nerviosamente mientras pintaba el cuadro que tantas noches de desvelo le costaban; y ya me tenía cansada de contarme ilusionado y perturbado que su idea inicial era plasmar con toda su viveza la tranquila naturaleza muerta del río, del puente, de la avenida: los autos congestionados, el barrio a orillas del río, las casuchas cayéndose a pedazos, las calles polvorientas y desérticas del barrio; y Manolo, sobresaltado, que desistió de tan apacible y desteñida escena y decidió en su lugar pintar la desgarrante tragedia de un hombre atribulado tirándose desde lo más alto del puente ante la multitud consternada que presenciaba su fugaz vuelo sin poder hacer nada por evitarlo; y sus manos crispadas me hablaban del hombre desdichado que había subido por la escalerilla de una de las columnas del puente; y de la multitud de curiosos impotentes; y del tráfico detenido en la avenida congestionada; y Manolo me miraba con sus ojos de iluso diciéndome que captaría con fuertes pinceladas el instantáneo vuelo de aquel hombre saltando al vacío desde el tope del puente; contándome que plasmaría con vivas estocadas el vuelo desgarrador de aquel hombre que luego de inciertas piruetas en el aire penetraba eufórico y reconciliado, triunfalmente en picada, a través de la superficie del río, desapareciendo para siempre por el mismo centro de los círculos concéntricos pintados en el agua del río, debajo del puente; y, al día siguiente, trasnochada, cayéndome del sueño; y tener que cansarme de ser una chopa y desistir de sacudir el polvo a las reliquias antiguas, de fregar las vajillas de plata, de cuidar a los niños malcriados de mami y de papi, de limpiar de arriba abajo la mansión de tres plantas y, sobre todo, de tener que soportar por tan sólo unos pesos que el niño más mimado de papi y de mami me lamiera los senos y me ensuciara por dentro; y después de todo ya mi vida se había ido al Infierno: a la porra, al mismísimo Infierno; y me puse a rondar el barrio buscando clientes para ganarme el sustento, para sobrevivir al hambre, para criar a mi niño que día a día crecía; y tener que acostarme noche tras noche con un hombre cualquiera que acariciaba mi cuerpo con manos ásperas: rudas; besuqueándome el cuello, manoseándome los senos, penetrándome torpemente: ansioso por saciarse de una vez y por todas; embistiéndome bruscamente, sin descanso, sin tregua; jadeando como un cerdo, besuqueándome la boca, aplastándome en la cama con todo el peso de su cuerpo, vaciándose inconteniblemente en mi vientre: ensuciándome por dentro, el muy puerco; dejándome unos cuantos pesos en la mesita de noche, poniéndose de inmediato los pantalones, largándose al Infierno, a la porra, al mismísimo Infierno; y yo, tirada en la cama, asqueada, hastiada; lavándome el sexo escrupulosamente, tirada en la cama, absolutamente asqueada; esperando a Manolo que debía estar deambulando debajo del puente, a orillas del río, embarrando sus lienzos, buscando por horas enteras una bendita imagen para atraparla y captarla con todo su colorido y quizás plasmarla luego en una de sus telas; y, cuando más tarde llegaba Manolo, ya sus caricias no me estremecían y fingía los quejidos de siempre rodeándolo con mis piernas; atrayéndolo con todas mis fuerzas hacia el mismo centro de mi ser, mientras Manolo me hacía el amor excitado, susurrándome al oído que pronto lo lograríamos, que muy pronto lo conseguiríamos; y yo, hastiada, saltando de la cama; que se dejara de vainas, que no lo conseguiríamos, que nunca lo lograríamos, que nuestro hijo se moría de hambre, que se dejara de vainas y se metiera sus cuadros por donde mejor les cupieran; pues ya mi vida se había ido al Infierno; y al otro día ocurrió un milagro cuando dos cristianos universalistas me regalaron un ejemplar de la Biblia; y al poco tiempo de estar leyendo cambié de vida y conseguí un trabajo en una tienda por departamentos gracias a la misericordia divina; y Manolo seguía pintando y, en verdad, se asombró cuando inicié mi nueva vida: decía que no lo podía creer y él también leía la Biblia y una de esas noches le vino a la mente la idea de pintar un hombre angustiado tirándose del puente, penetrando en picada a través del centro de los círculos concéntricos plasmados en el agua, simbolizando con todo su dramatismo un bautismo vicario urticante.)
Aunque dices no acordarte de Manolo, el pintor del barrio, te aseguro que te habrías enfurecido si lo hubieras visto aferrarse a la columna del puente: trepando como un lagarto, mirándonos sin mirarnos; avanzando hacia el tope de la columna; y nosotros, impotentes, sin poder evitarlo, enarbolando los puños, boquiabiertos, mirándolo escalar con torpeza sin poder detenerle; y los curiosos, aglomerándose; y los autos, deteniéndose; y la gente, gritando frases sin sentido, asfixiando el ambiente con sus gritos; y Manolo, dispuesto a todo, trepando como un lagarto, mirándonos desde lo alto: indiferente, sin mirarnos; y nosotros, por el amor de Dios que no se tirara, que se dejara de vainas, que por Dios se bajara; gritándole enloquecidos: apenados por su tragedia; y él, sin palabras, apenado por la nuestra; y aun tú, Matilde, que dices no acordarte de Manolo, el pintor del barrio, quien se desvelaba por las noches buscando una idea magistral para plasmarla en sus cuadros, y aun tú, Matilde, habrías de atribularte como las mujeres angustiadas que no podían contener las lágrimas y lloraban a cántaros, sin consuelo, desgarradas; como los hombres enardecidos que apretaban los puños, impotentes, desquiciados; como todos nosotros que veíamos a Manolo en lo más encumbrado del puente: dispuesto a todo; decidido a saltar de una vez y por todas, sin escuchar nuestros gritos, trepando la columna del puente, impulsado por el enorme peso de sus preocupaciones; y aun tú, Matilde, que dices no acordarte de Manolo, el pintor del barrio, te habrías estremecido de estupor si lo hubieras visto saltar desde lo más alto del puente: intentando volar sin tener alas; surcando brevemente el aire; atraído por la descomunal fuerza de los círculos concéntricos que se extendían y se contraían en la superficie del río; cuando dejamos de respirar apretando los puños, impotentes; y Manolo, el pintor del barrio, saeta certera e irrevocable, dibujó eufórico y reconciliado una parábola invertida en el aire, penetrando sin chapuzón ni chapoteo, triunfalmente en picada, a través del centro inexorable de los círculos concéntricos plasmados magistralmente a pinceladas precisas, certeras y vivaces, en la superficie límpida del río de aguas cristalinas; y por eso te aseguro que, aunque dices no acordarte de Manolo, el pintor del barrio, habrías de estremecerte invadida de estupor y algarabía si lo hubieras visto en el tope, en lo más alto del puente, presenciando anonadado las casuchas cayéndose a pedazos a orillas del río, los autos inertes poblando la avenida y la gente sin aliento en medio del puente; y aun tú, que dices no acordarte de Manolo, el pintor del barrio, aun tú sentirías vértigo en lo más alto del puente y saltarías, tú también saltarías, eufórico, pletórico y regocijado, saeta audaz, ágil e irrevocable, surcando el aire, “parábola invertida”, flecha veloz y certera, para por fin traspasar, gozoso y reconciliado, la inexorable diana de los círculos concéntricos plasmados triunfalmente en la superficie del río y por fin acertar en el blanco, de una vez y por siempre, por todas y para siempre, agua bautismal, resurrección-parábola, paisaje celestial, conversión inminente, vida eterna en Cristo, sólo Cristo, cielo reflejado en río, todo en Cristo.
1 Timoteo 4:10-11:
“…(Porque por esto estamos nosotros trabajando duro y siendo reprochados), que nosotros confiamos en el Dios viviente, Quien es el Salvador de toda la humanidad,
11 especialmente de los creyentes. Permanece encargando y enseñando estas cosas.”
"Círculos Concéntricos”: Martes 25 de diciembre, dos mil siete. Técnica Mixta. Mural al óleo. Santo Domingo. Museo Nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario